Un Danzón para Valéry

DBG


 I. Entre Paul Valéry y lo que no termina

Und wenn du lange in einen Abgrund blickst blickt der Abgrund auch in dich hinein.

 Friedrich N.

Leer a Paul Valéry es leer a un poeta que propone con seriedad y emoción una filosofía de la danza. Valéry es un filósofo de la danza, un hábil y sensible espectador de danza. A Valéry le interesa la danza como poesía de la acción y desde la filosofía apunta una relación entre imágenes, sensaciones y metáforas para sintetizar explicaciones (como aproximaciones) y hacer preguntas que abren sentidos para lanzarse al vacío. De la danza le asombra cómo esta se crea y condensa, resaltando y dando importancia a la gran cantidad de energía que se requiere para realizar algo en apariencia carente de función. Paul Valéry confronta la despótica mirada de su tiempo que le nombraba no filósofo y ante ese lugar desplaza nuestra mirada, al encontrar y reconocer la profundidad existencial de una acción, como lo es la danza, postulando lo que podemos llamar: una filosofía de la acción poética.
  Valéry, desde mi entendimiento, condensa la idea de que la acción que acontece en la danza posibilita una hermenéutica del yo, aconteciendo la condición de una existencia sobre el “sí” (“mismx”). Para Valéry la danza es seria y alude a una profundidad existencial; a una importancia que se consolida en la presencia, propone así en la Filosofía de la danza una muy sugerente filosofía de la presencia. El cuerpo en la danza expande su energía sobre el cuerpo mismo. Se concentra la acción sobre el sí, sobre la persona. La danza es un acontecer. La danza desplaza el espacio, genera presente, se coloca sobre el cuerpo y a partir del cuerpo. La danza es momento, que se crea en un tránsito energético sobre sí. Este sí, es el cuerpo que encarna el tiempo presente, que condensa y hace espacio sobre el mismo cuerpo de la persona que baila. Este cuerpo que en este acto efímero expande las condiciones de su existencia. Este estado importa a la filosofía de Valéry porque nombra y abre la percepción de todo lo que acontece en el hecho de bailar. También articula la relación que surge en el mirar y presenciar la danza. Relación entre el cuerpo persona que reflexiona y el cuerpo persona que baila. Relación entre el cuerpo que baila y otros cuerpos que bailan. Ese encuentro de un yo que percibe y un yo que hace (danza). Esta interacción de hechos corpóreos, es lo que a Valéry y a su filosofía interesa.
  Valéry queda admirado de la energía de la presencia y el límite de lo que no se puede nombrar, pero que le puede conmover, sorprender, o hacer permanecer frente a ese momento en que se danza, para lanzarse a preguntar sobre ello, sobre ese vacío de lenguaje, sobre la dificultad de decir qué es el equilibrio o el tiempo. Reconociendo que vivir esta experiencia es posible aun sin la necesidad de explicación alguna. En este sentido, la filosofía sería aún más inútil que la danza. Porque de manera reduccionista la filosofía de la que hablamos “necesita” de la danza para existir, la danza necesitaría de la presencia del cuerpo y esta relación no está medida por una distancia, como si lo es la percepción de quien se pregunta al mirar, cuando esta relación se establece en la exterioridad. Valéry pone en relación “el adentro” del pensar, el adentro del danzar (como presencias del yo que interactúan; el yo sería un plural de yoes). Estas presencias establecen una relación que la mirada vincula, en la presencia del arrebato filosófico, se evoca el movimiento espacio temporal al pensar entre el cuerpo que acontece, en su interior energético, en su habilidad, en su virtud en extremo, en su resistencia, en su persistencia, en su capacidad de hacer suceder, en su posibilidad de dislocar espacio tiempo, en su contundencia de manifestar su existencia y desplazar miradas, ideas, representaciones; incluso, en su existencia que hace imágenes no explicativas y alienta aún así preguntas filosóficas.
  De la filosofía podríamos decir que es histórica pero atemporal. el cúmulo de lo que le hace acontecer se acumula pero sus preguntas pueden desplazarse en el tiempo sin agotarse. La imagen a la que evoca la filosofía, en este sentido histórico pero atemporal de la filosofía: permanece, al concretar una acción en un espacio de referencia como lo es el de alguien en un momento muy preciso al bailar o danzar. Se concreta un momento preciso al enunciar un cuerpo que danza en un determinado momento en algún contexto histórico; pero a la vez es atemporal al no necesitar de ese cuerpo o de esa imagen para hacer alguna pregunta y seguir pensando sobre lo acontecido. Así, la filosofía trasciende espacio y tiempo. La inflexión filosófica hace que el yo que baila trascienda en el tiempo y su condición efímera se expanda. Esto podría acontecer con cualquier relato, recuerdo o dispositivo que almacene el momento, pero lo que se actualiza es lo que se puede pensar de manera atemporal. Lo que se crea como un momento aparentemente efímero como lo es el baile, el cual desaparecerá en cuanto el movimiento se detenga, acontece e importa como experiencia de quien con su danza habita el mundo. Y el pensamiento que de esto se genera a través de quien se pregunta y busca conceptos como lo hace la filosofía, modifica la distancia y deshace no sólo los límites afuera-adentro de la acción de pensar, sino replantea el tiempo de la presencia: hace acontecer lo acontecido, de otra forma: se amplían las posibilidades de la danza y de la filosofía. 
  En el acto de hacer filosofía y de hacer danza se reafirma la importancia de hacer acontecer, de estar presentes en esta relación sensorial: de hacer que suceda algo en el mundo. Se desvanece el espacio determinista, se reconfigura lo que es en apariencia un lugar concreto. La mirada que es acontecida en los cuerpos de quienes bailan, se desplaza y trasciende la aparente abstracción temporal de lo finito. En ese lugar pequeño que es el cuerpo, en la presencia de quien presencia. En la pregunta que expande el tiempo de lo que sucede, se va desplazando lo efímero, reconfigurando esa espacialización y renombrando lo que acontece. Se entrelazan en la inflexión de la filosofía y la danza: la presencia del cuerpo que desplaza el espacio y hace acontecer la pregunta que continua con este movimiento que hace expandir y/o interiorizar. Acontecen filosofía y danza en el límite de una relación que da como una máxima de este “encuentro”: la existencia corporal, como posibilidad de movimiento. Lo demás, lo que está fuera de quien baila podría, apunta Valéry, no importar a quién baila, sino sólo el bailar. El cuerpo se interpela a , le acompaña la mirada, la pregunta de quién observa, en este caso completa la relación sensible, sobre el , genera una relación entre la existencia del bailar en sí, ante la pregunta del que mira, cuando mira bailar.La poesía es una influencia de la energía entre cuerpos que existen al encontrarse, al establecer relaciones de presencia. Siguiendo a Valéry, nos hacemos preguntas para lanzarnos al “vacío”: ¿Cuáles son las afirmaciones existenciales con las que interactuamos corporalmente?; ¿Cuáles son estas presencias del ? ¿Esta relación tan cuántica, de presencias, de una hermenéutica del yo, que al explicarnos y habitarnos, como un yo ante sí mismx, encarna y posibilita un lugar más, una temporalidad móvil y desplazable; una espacialidad que se materializa en la importancia de las presencias que “interactúan”, que atraviesan distancias, que reconfiguran la presencia? Se ejerce en esta, ya de por sí, vital relación, la difícil y complicada decisión de saber “qué preguntar”, sobre el objeto poético o el acontecer poético que la danza implica. Sobre la pregunta que se podría formular o sobre el vacío que toda respuesta abre. Esta paradójica relación que acontece al responder. Porque al responder acontece un vacío de preguntas.  
  La necesidad de danzar se ha creado, apunta Valéry. Danzar crea la necesidad de danzar, sólo para poder existir. La ciencia, bioquímica y demás, la psicología incluso, tendrán discursos y conocimientos precisos, funcionales, pero es la condición existencial la que a esta filosofía de la danza convoca. Poniendo énfasis en reconocer, esa forma de decidir usar energía para bailar y dar a ese lugar intensidad corporal. Reconocemos categóricamente que la danza implica disponer y crear energía, crear presencia en el mundo. Ser espacio. Ejercer una condición de movimiento. La danza crea al suceder; crea mundo, espacio, y es esta acción sensible, aparentemente inútil, que emociona a la mirada filosófica que busca preguntas sobre una apertura existencial del cuerpo, la presencia, sobre el movimiento condensada en el cuerpo en sí. La danza hace importar al cuerpo persona; el ser persona se establece en la posibilidad de decidir y estar presentes. Ser persona es acontecer una presencia que se genera y reconoce. Es la necesidad de reconocer este lugar de existencia que importa la presencia personal. Sin simbolismos, el único cuerpo que baila es el que está presente. Es decir, el danzar existe en la presencia. Y en el danzar, el espacio es cuerpo (y persona). Lejos llega Valéry al postular un entendimiento de la presencia a partir del bailar. Del cuerpo que evoca una condición energética a discreción. De la persona que hace espacio al existir en un límite de duración o la posibilidad de morir bailando, sin parar. Se condensa esa presencia, ese estar en el mundo. Abre espacio y tiene límites, porque en algún momento la danza se detiene, se interrumpe su presencia, así como la presencia de la danza interrumpe “un espacio” al suceder, desplazando y rehaciendo, interrumpe la desaparición y regresa a la desaparición. Se baila y se deja de bailar: la danza hace que la presencia valga, y entonces la presencia vale porque es la presencia lo que hace al yo existir; es la relación de la presencia la que modifica su estado. Este lugar de presencia importa, aun sin la pregunta, se regenera la presencia y se hace a sí misma un lugar para existir. Un lugar además necesario para defender, siempre, como lugar personal, que nos hace crear al mundo desbordando nuestro interior, pero esto es sólo posible, siempre y cuando podamos estar presentes en algún lugar. El cuerpo acontece sin dudas en esa dualidad física de lo interior, que en la presencia vincula al mundo, el estar presente diluye dualidad, utilidad y separación, en ese lugar inexorable del estar; del hacer posible estar: si alguien baila es, no significa, es, no ha desaparecido, está presente.La filosofía de la danza importa porque nos permite pensar; pensar en una filosofía de la presencia. Lo que abre una gran herida (que es) porque hay personas que están ausentes.

II. Siempre se baila solx. Siempre se baila solx.
¿Siempre se baila cómo?
No way

Todo lo que aquí escribo es ese juego entre lo poético y lo filosófico. Una resonancia simple al leer a don Valéry, es lo que aquí se logra. Esto es sólo una proto-filosofía que insiste en hacerse existir. Así como cuando alguien sale a trotar para trotar, pensar importa, en principio, para pensar y bailar importa para bailar. No es una tautología, sí, tal vez, son varios sinsentidos, y en esa multiplicidad los ritmos mutan y las posibilidades, también. 
  El acto de bailar. El acto de nombrar. El acto que acontece en un cuerpo, en una cuerpa, en un yo y sus desplantes relacionales, acontece como acto poético. Acontece, a su vez, como acto filosófico al preguntar sobre la acción, sobre la poesía, sobre la danza, sobre la misma filosofía y sobre la necesidad que hace que hagamos algo porque sí. La neurobiología protestaría y explicaría ese porque sí. Por lo pronto danza y filosofía como venimos diciendo acontecen al auto crearse, al hacerse necesarias, al fortalecer la necesidad de hacerse presencia. Se crean en la filosofía y la danza objetos efímeros. Como son las ideas o bailar una canción en una fiesta o cantar una ópera. Sabemos que toda creación es material en su posibilidad, filosofar y bailar importan sobre la existencia corporal, por tanto, lo que interesa es el estado de la presencia, lo que hace de la existencia en su condición material corporal un lugar a reconocer. Valéry propone una relación donde todos los objetos del mundo son obra poética, al ser parte de la acción y las praxis humanas. Para Valéry la poesía pareciera acontecer en el movimiento. El movimiento del mundo es la creación y el movimiento de los objetos creados en el mundo. Pareciera que la función humana en sus múltiples intenciones conlleva en el acto poético el valor simple y vital de suceder. Hacer objetos es poético como creación “sensible” de hacer acontecer; que hace existir, una presencia,una alusión, un aparecer. Hacer existir, hacer objetos hace presencia, hacer ideas, preguntas, una danza o una coreografía es participar de la creación (de objetos en el mundo); sería esta condición la capacidad poética de la acción. Como condición sensible, con las polaridades que pueden ir de lo que reafirma la vida y la exalta, y en su negación como lo que la detiene, siempre para actualizar nuestro sentir, en la presencia y decisión de una persona.
  La filosofía de la danza ha sido una contra obra que permite mirar la manifestación de quien ha materializado en la acción y en la presencia del cuerpo, un objeto más de la producción de objetos del mundo. Pero el lugar que aquí se resalta, reconoce del cuerpo un lugar no mediado por el objeto o por el ser objeto, sino por la acción que realiza. Ser objeto de existencia es la presencia del cuerpo. El cuerpo a la vez es objeto creador. Crea y a su vez “lo creado” le recrea como objeto cuerpo. Es en esta presencia que se acontece su paradoja. Existe una mayor posibilidad de acontecer en la danza, y de hacer que una presencia que baila, sea la hermenéutica del yo, pero también “presenta” la posibilidad de hacer aparecer lo que no está presente o a quien no está presente. De nuevo, lo que acontece como paradoja no es una tautología o redundancia, porque se desplaza en principio en el tiempo. Pero, ¿a qué imágenes se alude y a qué condición, “cuerpo/cuerpa/cuerpe cuando se piensa en ello o cuando se baila? ¿Esa imagen de quien baila (no) se reduce a la idea de cuerpos en movimiento? Sabemos que son cuerpos presentes, pero ¿cuáles son o cuál es la pregunta, si seguimos en el método que abre Valéry, en su filosofía de la danza?

¿Qué es la filosofía de la danza? sería una primera buena pregunta. 

¿Qué pregunta nos hace esperar en la orilla del abismo? ¿Cuáles preguntas nos hacen caer, mientras el abismo cae sobre nosotrxs mismxs? ¿Cuánto tiempo dura una pregunta en caída libre? Si la caída fuera infinita, ¿qué preguntaría usted? o, ¿intentaría callar para solo caer? ¿Qué nos interesa preguntar?

III. Valéry, en la encarnación
No wave

Si Valéry fuera parte de un movimiento musical del siglo pasado sería el No Wave. Sonic Youth, Swans, a partir de 1980 hasta la fecha, música con pasajes de Valéry música/pensamiento de principio y fin del siglo XX: manifestaciones que hacen no sólo una práctica filosófica o musical, sino que produjeron una mirada sobre la misma música, la poesía o la filosofía, sobre una manera de escuchar, mirar o existir.

La pregunta importa.

Una vez más…pienso la distancia y cercanía de Valéry, con nuestro tiempo; pienso en qué categorías y conceptos se abren.

¿Qué acompaña las imágenes que nos permiten pensar?

La danza vista como concepto a la distancia de las presencias, posibilita un objeto de pensamiento. La filosofía otorga la posibilidad de hacer poesía de los límites. Imagen amplia que organiza la pregunta y permite la abstracción y posibilidad de relacionar objetos del mundo. El abismo sobre mí o yo perreando. El abismo de la ausencia o la celebración de la presencia. Las preguntas posibilitan movimiento para reflejar lo que sabemos y desconocemos, lugar simple de curiosidad, la existencia extraordinaria e (i)limitada de la danza, sucede un momento al preguntar, se desplaza la relación entre mirada-presencia -pensamiento; todas estas relaciones infuncionales, que aun así, con emoción y curiosidad, nos convocan a percibir, a presenciar, a hacer existir al preguntar, qué sucede, o dónde está lo que ha desaparecido. 
  Leo a Valéry y me pregunto si he entendido. Siempre que intento escribir sobre lo que alguien dijo o escribió, pero me pregunto cómo me interpela lo que he leído y cómo me vinculo en la reflexión al leer, entender y algo intuir al decir o escribir. Las formas de entender que propuso Valéry al configurar y mirar una filosofía de la danza, se han desplazado con el paso del tiempo, se mueven entre los diversos estudios que han sucedido desde entonces, desde movimientos artísticos y demás aconteceres culturales en los que se ha recreado, hasta estudios de la performance, de la antropología del cuerpo o la práctica misma de las artes escénicas o la actualidad política de México y sus múltiples desapariciones. Todo esto que ha acontecido a propuesto una transición conceptual entre danza/coreografía/cuerpos/cuerpas…

¿Qué posibilidad de distinción se establece entre una filosofía de la danza o una filosofía de la coreografía? 
¿Valéry estaría de acuerdo en esta distinción? ¿O no importa siquiera? 
¿Qué juegos de posibilidad surgen?

“Acción poética coreográfica”; “filosofía de la coreografía”; “filosofía del cuerpo en acción poética, en inacción productiva”, “en acontecer”.

La presencia en el baile importa como posibilidad efímera.

La danza importa como confesión interna, en el cuerpo y la presencia, dónde lo demás y “el todo” dejan de preceder, donde lo externo se acumula fuera de sí; y es en la inacción del acontecimiento, que se evidencia la existencia de “su propia” presencia. Esta simple idea se entiende como “evidenciar lo que está ahí”. Cuando se baila se está ahí, pese a todo, se está ahí, bailando. Es la creación de ese lugar en la que se ejerce la acción poética del cuerpo: una presencia, una presencia con todo su presente, todo su pasado y todo su futuro sin distinción. Así que la filosofía es el inevitable vínculo de ese acto del cuerpo, al crear imágenes y preguntas que hacen existir la danza fuera de la danza y la hacen viajar como concepto, que la desdobla en un sinfín de conceptos. Es el inevitable lugar de la creación de conceptos, la inevitable interpelación corporal, el inevitable y necesario descentramiento de la imagen cultural; la filosofía que es crítica en revuelta. Filosófico(a) es un adjetivo amable, que se enuncia a sí, al enunciar, que no invita a pensar el siglo XXI y sus necesidades conceptuales, ha surgido la capital necesidad de ampliar el rol del cuerpo y reconocer y defender la importancia de la presencia. Pero no sólo es una necesidad conceptual. Habitamos un contexto en el que ha importado pensar sobre una hermenéutica del yo en su condición política y claramente posicionada, entre el desplazamiento histórico que pasó por la danza escénica, pero rápidamente se desbordó. Donde además existe el simple gozo conceptual, que hace del pensar una posibilidad de movilidad de términos que nos arrojen a algún lugar, tal vez desconocido, tal vez confuso, tal vez por momentos solitario, pero siempre compartido en la búsqueda del concepto o la transición de la pregunta o sobre lo que se pregunta. Es en este contexto que se presenta la posibilidad de jugar con el orden de la pregunta y la entonación de un sujeto o práctica a pensar: ¿Cuáles son las peculiaridades de una filosofía coreográfica o de una filosofía de la coreografía? La filosofía coreográfica crearía preguntas sobre el movimiento, donde “el movimiento de la pregunta” permite construir un objeto a interrogar sobre las relaciones que acontecen en la acción humana, ¿cómo nos movemos? ¿Qué es el movimiento? ¿Cuándo sucede? ¿Estas son preguntas que le pueden interesar a la filosofía coreográfica? Ahora bien, la filosofía de la coreografía crearía preguntas sobre el orden de la pregunta. Sobre las imágenes a las que alude, le importarán los conceptos que distingue, preguntaría sobre qué es la coreografía, cómo se compone, qué es lo coreográfico, cómo lo hacemos existir. Si lo pensamos en síntesis, podríamos plantear una tercera forma de los términos de la pregunta: Qué es una filosofía sobre lo coreográfico. El concepto puede existir sin la imagen. Incluso sin preguntas. O sin certezas. Los conceptos sabemos que viven, existen y hacen incluso “existir” algo, son parte de nuestras posibilidades materiales más profundas, nos accionan, detienen, estimulan, vinculan, alejan. ¿Qué es lo coreográfico? es una pregunta inútil de mucha importancia para los tiempos que vivimos. Cómo nos movemos. Dónde. De qué forma. Y qué es lo coreográfico, cómo creamos nuestro movimiento. Cómo creamos nuestra acción vital. Es ese lugar simple, de una pregunta simple, de una pregunta simple sobre la vida. Muy pequeño es este lugar como pregunta filosófica. Aunque es un incidente en la importancia de nuestras presencias, permite evocar. Y es estar presente o decidir no estar que la vida acontece. 

Preguntar sobre el movimiento es un acto poético. En su condición de hacer valer la presencia.

La organización de nuestras imágenes, percepciones, interpretaciones sobre el movimiento humano, sobre la acción “poética” y práctica existen al vivir entrando y saliendo de la mirada, al habitarla, al vivir la vida y su movimiento con relación a cómo se mueve o qué organiza lo que se mueve. Esa relación entre objetos, entre cuerpos, entre palabras, entre ideas, parte de lo que tanto nos emociona, nos interpela. No hace pensar en la presencia y ausencia de movimiento. No es solo un límite existencial su acontecer, es reconocernos en lo simple de la vida cotidiana o la infuncionalidad de un sistema de producción económico, en la tiranía de un sistema político de persecución o de la organización de un sistema cultural que alienta presencias y olvida ausencias.
  Análoga a Valery, a su filosofía de la danza y la acción poética propongo pensar en una filosofía coreográfica y una filosofía de lo coreográfico. Lo cual implica una filosofía que es así, inevitablemente política. Un cuerpo que asume su lugar o no, crea en ese movimiento una acción poética que descoloca el lugar, tan simple como sentarse o no dentro de un autobús: la acción es política, (re)organiza las relaciones corporales. Una cuerpa que se anuncia importa. Una mirada sobre sí misma. Una mirada y enunciación sobre sí mismas como personas. Es importante deshacerse de la incapacidad de nombrarse y nombrar fuera de la otredad; la posibilidad es la de nombrar las propias existencias, la peculiar existencia y, si se quiere, sus vínculos y rupturas. Ante la unicidad de la biopolítica, quedan bocanadas de aire caliente, alientos agitados, leves susurros y sudor fresco, caderas atentas que se mueven para sí.

IV. Epílogo

Cómo tragos profundos de leche que succiona una cría de cabra en medio de una alta montaña; donde las cabras mayores se alimentan de pasto helado para vivir y escalan filosas laderas. ¿Qué anuncia la poética? ¿Qué importa en una política que nombra? La pregunta hace un desplazamiento. Una pregunta transita entre figura e imagen para desplazar  la representación del concepto que precede, se requiere de la presencia que acontece no del concepto que explica. Porque los conceptos no explican, hacen vivir. Lo que explica y determina son los términos que un concepto establece. La organización que posibilita ideas, que manifiesta un sentido de la acción es la poética que hace aparecer. Entre tanto, la presencia es  corporal. la filosofía de la presencia, es inevitable en su tautología como necesidad inventada, como particularidad existencial, como planteamiento que hace existir. Esa presencia que implica un presente como distinción individual, sea en singular (en el yo) o en plural (antagonista, en el nosotrxs). Como experiencia del cuerpo insustituible. El límite de lo colectivo importa también, y estos límites y presencias son la defensa de nuestro presente. La defensa de que no somos todes, que faltan presencias. Que bailamos entre ausencias que aún reclamamos nuestras.

Por una presencia de todes presentes
Un danzón para Valery.


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