Perder la forma humana

Rhea Volij


Todo verdadero sentimiento es en verdad intraducible. Expresarlo es traicionarlo. Pero traducirlo es disimularlo. La expresión verdadera esconde lo que manifiesta. Ella opone el espíritu al vacío real de la naturaleza, creando por reacción una suerte de lleno en el pensamiento o, si se prefiere, en relación a la manifestación-ilusión de la naturaleza, ella crea un vacío en el pensamiento. Todo sentimiento potente provoca en nosotros la idea del vacío.

Pasa el tiempo, y a medida que profundizo en la danza butoh, encuentro en sus raíces la médula que sigue nutriendo la pregunta “¿quién soy?”, “¿qué me está sucediendo?”

La transformación. El devenir absoluto de una sensación y la forma precisa que el cuerpo encarna en el movimiento que lo toma. Porque se es tomado. Y a la vez, no es catarsis, ni inconsciencia de sí. Todo lo contrario. Un estado de atención “consternado” me gusta llamarlo, hacia aquello que no puedo evitar.

Perder la forma humana para llegar a lo más humano, dulce y cruel, sin concesiones. 

Perder la forma humana para tomar el lugar de las fuerzas, no de las interpretaciones.

Perder la forma humana para alcanzar lo humano, aquello que en su aparente disfraz, desnuda lo intolerable de ver. Lo intolerable de bailar, también.

Como campo de experiencia, como arte, puedo decir que atravesar estados extremos de vida y muerte, cuando nos “deshumanizamos” en pájaros cantando en un puente colgante en el abismo, por ejemplo, comienzan a aflorar sensaciones que van componiendo al devenir, sensaciones que se nutren del devenir mismo, no de una percepción rememorada. 

Sensaciones virtuales, de acumulación de percepciones…pero en una encarnadura que ya es pura composición actual.

La forma va abriendo sentidos, el espesor de los sentidos hacen a la materia cuerpo en danza, el trayecto deja trabajar al tiempo, el tiempo nos devela el espíritu de las cosas.

Perder la forma humana para encontrar puntos de vista de sí que nos dislocan, que nos interrumpen el discurso de razones.

¿La vida sigue a la forma o la forma a la vida? Discutían los butokas fundadores.

Decimos: en el reino de lo molecular, donde acontecen los cambios que hacen a ese campo de fuerzas que es el cuerpo danzando, la forma y la vida pujan juntas, eros y violencia en un silencio que estalla.

“Reunir las pasiones por sus fuerzas, en lugar de considerarlas abstracciones puras… conocer el secreto del tiempo de las pasiones”

En la danza butoh comenzamos por componer un cuerpo vacío, muerto de condicionamientos culturales y personales. Desde ahí, cuerpo sin órganos, sin organización, escuchar las fuerzas y las memorias minerales, vegetales, cósmicas, ancestrales, que nos habitan.

La conciencia es el estado de presencia total desde un cuerpo molecular que nos permite percibir y seguir los trayectos de una sensación, la transformación, las velocidades que se juegan en el espesor de un cuerpo que se abre a la escucha de esa multiplicidad de sentidos que es el cuerpo del butoh: memorias actualizándose materialmente.

En la extensión se juega el espesor de una intensidad, en la DURACIÓN se abren las infinitas velocidades como formas de un afecto según la afección que nos acontece.

“Hay que ver al ser  humano como un doble, como un espectro perpetuo donde brillan las fuerzas de la afectividad.”

Cada DEVENIR abre un particular campo de relaciones de composición, donde la significancia y la interpretación vuelan por los aires y la danza comienza a producir sentido. No se trata de pronunciar un discurso sino de descubrir un sentido, decía Hijikata, creador del butoh.

Por ello el DEVENIR, la transformación, es impersonal. Campo de fuerzas universales que se expresan en una singularidad.

Por eso el artículo indefinido acompaña nuestra danza: qué puede un ojo, un estómago cuando es un ámbito de fuerzas. No mi cuerpo, sino yo en él. No distingo lo que soy de lo que me convierto y a la vez en esa desterritorialización hay una reterritorialización donde sobre todo se juega lo humano inmerso en esa “deshumanización” y es la posibilidad de hacernos preguntas: ¿Quién soy? ¿Qué me está sucediendo?

Descubrir sentido en una transformación, seguir el trayecto de una intensidad, es el viaje del butoh. Por eso no es representar, ni imitar.

“El devenir sustenta al trayecto, el devenir es lo que convierte el trayecto más mínimo o una inmovilidad, en un viaje. Las fuerzas intensivas sustentan a las fuerzas motrices.”

Pues hacerse un cuerpo para el butoh es desde el vacío entrar en relaciones de composición de fuerzas que hacen a las formas. Toda forma es la forma de una fuerza. 

Esta relación fuerza /forma o forma/fuerza va muy rápido, es feroz, debe serlo. La imagen que se propone como estampa de una transformación es una invocación  a las fuerzas a la vez que nos otorga precisión en la búsqueda.

Es la velocidad de la inteligencia molecular de un cuerpo y sus memorias .Y es el salto al vacío del butoh, el riesgo de entrar en el infinito campo de inmanencia que es el cuerpo transformándose. Un cuerpo, un ojo, un estómago. Campo de fuerzas. “trayectos y afectos, los dos mapas se remiten uno al otro”, vuelve Deleuze.

En el butoh los devenires son construcciones con imágenes a veces complejas. En ese extrañamiento hay toda una poética que sustenta y potencia el viaje del trayecto.

Se pone en juego un mapa de intensidades que tiene al cuerpo como territorio. Físicas y metafísicas.

Bergson nos dice que cada cosa es más la expresión de una tendencia que una relación de causa y efecto. Aquí hay algo de eso, seguir la precisión de la intuición, su impredecible viaje.

El tiempo inmemorial se hace presente. Presente, pasado  se encuentran en lo que llamamos  PRESENCIA TOTAL, un infinito actual.

Una inmediatez que acumula experiencia y se desliza en ella. Una composición del cuerpo que se torna precisa a medida que se acumula sentido como se acumula materia. Una vida corriendo tras la forma, una forma que es siempre pregunta y nunca certeza.

Tal vez, tal vez, por aquí…

En la materia está la memoria; el butoh, como danza que invoca al espíritu de las cosas, lo sabe.

Y la muerte como compañera. La impermanencia. Las cosas del olvido, los lugares de paso, nos recuerda –Deleuze. Nada de conmemorar, nada de solemnidad.

Cito a Guattari: No es cuestión pues de infraestructura causal y de superestructura representativa de la psique. La carne de la sensación y la materia de lo sublime están inextricablemente mezcladas.”

Lo inhumano del butoh es esta potencia del devenir que nos objetifica a tal punto, es tan absoluta que toca al espíritu de las cosas y ahí pega una vuelta hacia a la condición humana.

Fuerzas anónimas en el doble movimiento de lo concreto y lo abstracto.

“Ese costado revelador de la materia, que parece de repente desperdigarse en signos para enseñarnos la identidad metafísica  de lo concreto y lo abstracto. Una metafísica del desorden”, nos dice Artaud.

“Es por la piel que haremos entrar la metafísica”, nos dice Artaud.

Y termino con Artaud:

Yo empleo la palabra crueldad en el sentido de apetito de vida, de rigor cósmico y de necesidad implacable.

En el sentido gnóstico de un torbellino de vida que devora las tinieblas, de ese dolor fuera de necesidad ineluctable sin el cual la vida no sabría ejercerse.


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