Luis Vicente de Aguinaga
Apenas esto
Yo quería estar desnudo,
ser tan sólo un alma.
Alda Merini
Yo quería estar desnudo: ser
apenas este cuerpo, el mío
y luego no ser mío,
que mis manos fueran
dos manos y mi piel
una piel, y el borde
del mentón fuera eso mismo,
y la espalda y las nalgas fueran eso
sin ser mías,
que yo tuviera que subir
hasta mis ojos para verme,
llegar hasta mi lengua,
extenderme hasta mis dedos
y que luego girara la cabeza
para mirar mis hombros al alzarlos
en señal de ignorancia.
Solo
Los ruidos,
para oírlos. Aun
a solas, como se oyen
voces. Pero
un martes
de qué sirve.
Las piernas. No se diga
un buen par: un, dos, tres,
vuelta. Pero
de qué sirve un martes.
La desfiguración, el deshacerse,
el desacato
del cuerpo. Pero
un martes.
Roberto Juarroz
Tensar el arco de las cejas,
rasgar la frente.
Hallar
bajo esa piel una palabra.
La última,
la primera palabra. Y el sombrero,
dejarlo; dejar
los pies, las botas, la escalera. El día
se levanta. Pensar
en un día que se levanta
más allá de las capas inanes del horario
y los guardianes —el concreto y la angustia,
esos
guardianes.
Tensar el rostro, el pecho,
tensar el arco de los labios,
desanudar la curva de su hilo,
acompañar el vuelo de su dardo.
Cavar. Cantar con voz ronca, o sin garganta, o sin aire.
Un solo movimiento: el de los ojos.
Una sola mirada: la del cuerpo.
Un pie se va quedando
Un pie se va quedando atrás en cada paso
y la respiración abre insensibles corredores
que la espalda cancela.
No hay pie que sepa estarse donde mismo.
Un pie se va quedando
atrás, y retrocede,
cuando el otro se planta en huellas por marcar
o en escalones que habrán de levantarlo.
Por cada pie que avanza
un cuerpo entero decide rezagarse.
Lo que dura un segundo
y lo que mide un metro
es la doble sustancia de mis pasos.
Aprendí a caminar
—supongo que aprendí—
reduciendo los pasos de otra gente,
respirando con segundos más largos
que los metros andados por los otros.
Yo soy el pie que retrocede
a los pasos más cortos, a caminos posibles
y a zapatos que no calzo todavía.
Lo que mide un segundo.
Lo que dura un metro.
Bajo la piel
Everything grows
Under the skin
Lindsey Buckingham
Bajo la piel
crece de todo.
Uñas por dentro de las uñas. Lunares invisibles.
Bajo la piel renacen lenguas muertas.
Bajo la piel
todo se mueve.
Si algo murmura.
Si algo late o respira.
Si algo murmura
y es como un jadeo que alcanzamos a oír a las tres de la mañana.
Si algo late
y es como si al entrar al baño comprendiéramos que hay alguien tras
la cortina de la regadera.
Si una sombra pasa por el espejo
mientras nos tocamos un pómulo con tres dedos, como buscando algo.
Y sé que si me agacho
fingiendo que debo recoger cosas del piso,
algo estará moviéndose adentro de mis pies,
trepando por mis piernas,
anidando con tímidos latidos en mi vientre, mis costillas, mis brazos.
Cuerpo entero
Estoy de cuerpo entero en un zapato,
el derecho,
arrinconado entre los dedos
de un solo pie,
de un solo paso a ningún lado.
Qué importa
si estoy en mi cabeza o en la tuya.
Qué importa
si una cara es tu cara o es mi cara.
Qué importa si no estoy
en el cabello,
en los huesos del cráneo,
en la terca materia de las uñas.
Muy poquito se ve
desde la punta del zapato.
Qué importa si no estoy en mis palabras.