Nadia López e Inés Rial Peralta
Argentina, Córdoba, en un año donde nos dolieron los ojos de tanto Zoom y Meet dos performers realizan las siguientes acciones:
N prende su computadora, ingresa a su Gmail. Clickea dentro de su correo “Nueva Reunión”. Comparte la invitación del enlace de ingreso por WhatsApp a I. I desde su computadora hace click en aceptar. N la admite en el Meet. N realiza un Drive, comparten el enlace y pantalla. Como si fueran arqueólogues, ambas tienen cuadernos con escritos personales que han realizado durante años. Buscan rastros, preservando las insistencias, rescatando los indicios, los detalles marginales que quedaron plasmados en las hojas para intentar responder al mismo tiempo la siguiente pregunta:
¿Qué es la carne?
Ninguna sabe la respuesta de la otra. Una vez que I responde, N lee y contesta. Lo convidado es el registro poético de las palabras arrojadas, desordenadas, batalladas y también, el intento de nombrar lo indecible….
(I responde)
El contacto de los líquidos, la sangre, la superficie de la piel, los bordes, pliegues, ranuras, las grietas.
Profundidad llena de líquidos.
Blando y mojado, por eso hablo de los líquidos, los hay blanquecinos, rosados, rojizos, hasta amarillentos y blancos, los he visto.
Algunos huelen deliciosamente, tanto que uno piensa en hundir los dedos en ellos, en eso que se retuerce y desborda. Luego, con las puntas untadas, llevarlos a la boca…
Otros… Con otros el ímpetu es olerlos, oler su despreciable hedor purulento, saberse algo podrido, algo despreciable.
Un orificio resiste el embate de ese cuerpo ajeno, sin embargo, frente a la presión cede, se martiriza, pero cede. No hay límite, no hay contorno. La inmensidad líquida puede concentrarse y extenderse… ad infinitum. Sus partículas, sus pequeños organismos vivos, inmensurablemente vivos allí dentro, y dando supuesta vida al que se cree. Al que se las cree.
Mezclas que se movilizan en diferentes corrientes. Me intrigan, me llenan, me entusiasman. La sensación de dejar correr hilos sobre mi cuerpo que se abren camino sobre la piel, por entre los vellos, pelos que se vayan deslizando hacia otro cuerpo y se diluyen, se rosácien, se mezclen, han sido parte de mí en un momento, ya no más… O sí.
Cuando el líquido no circula, se aquieta. El estado de liquidez lo habilita hacia la transformación, si para, se pudre, atormenta y duele. Lo seco, lo duro es menos probable de producir vida. O no. Tal vez no.
Una vez aquello se me vino encima, me atropelló, como una tropilla de animales, me dejó desparramada… Después lo oí retumbar arriba, me reincorporé sosteniéndome en el duro marco de la puerta… Tenía los brazos engrudados en algo viscoso y tibio.
(Frente a la misma pregunta, N, responde)
Es una membrana que ve y deja ver el mundo, aloja los músculos domesticados, las cicatrices de las heridas. La relación con mi carne es algo íntima, son intentos de recorrer la huella de lo que no existe.
Mi carne produce pequeños movimientos, imperceptibles, activando procesos de descomposición que ya están actuando con las condiciones del ambiente, la temperatura, entre las fibras con el aire y en ausencia del aire.
La carne y sus gestos se mezclan, dando cuenta de su complejidad, de las constelaciones y de las tramas afectivas que hacen gestos sobre mi cuerpo.
¿Qué movimientos pueden transformar mi materia?
¿Qué danzas puedo habilitar para intentar desinaugurar la sensibilidad alienante?
¿Cómo vincularse con el misterio que es una?
¿Cómo buscar la propia Danza?
¿Cómo aprender a vivir la incertidumbre vitalizante?
¿Qué es danzar con la carne violentada?
¿Cómo seguir el trayecto de la sensación?
¿Cómo puedo danzar con el misterio de quién soy?
¿Cuándo puedo encontrarme con mi carne?
¿Qué es un ser humano?
¿Qué nos pasa cuando no sabemos?
(I pregunta replegándose sobre sí)
¿Qué nos pasa?
(N lee en silencio, escribe, borra. Vuelve a escribir)
Si no nos pensamos, no nos angustiamos… escuché decir a Lucrecia Martel.
¿Será una exposición peligrosa y habilitante a la vez?
I lee nuevamente, el viento bambolea el fresno de su ventana, está inquieto, se ha pasado la noche empujando, arrebatando aquello que no estaba bien pegado. I percibe su costillar de media edad, entumecido por la quietud y se culpa por no ser disciplinada, por no poder activar cada día, como cuando su carne era tersa, suave y elástica. Sus huesos habían sido tallos verdes y hoy los sentía como ramas viejas, siendo vapuleadas por el insistente viento que no podía parar su jornada laboral aún. Esos pensamientos pasados a sus dedos que activaban los pequeños resortes del teclado eran acunados por la voz a punto de quebrarse de esa muerte maravillosa… Maravillosa muerta. En medio de ese lago pesado de palabras que cruzan por la cabeza, revive el asombro y la tristeza que le produjo hace casi 10 años esa muerte de esa muerta. Los hombros son troncos echados al agua, van por su propio peso, van sin saber dónde. La silla se ha vuelto dura. Y el hambre le ha subido a la garganta. Abandona la silla.
N del otro lado de la pantalla lee a I y decide abandonar la silla. Vuelve al Meet. Saluda a I, hace click en el Enter de su computadora y sale de la reunión.