Una vieja cosechando tu cuerpo de arroz.
Vas a tomar dos pequeños objetos, uno en cada mano. Puede ser una piedra, una semilla, algo pequeño. Durante toda la improvisación tendrás estos objetos en las manos. Los sostienes y resguardas como si fueran algo muy valioso, muy frágil. Un secreto, una predicción, algo que dice algo del futuro.
Sentada sobre los isquiones todo tu cuerpo se va a volver un campo de arroz. Con un interior acuoso, con cientos de brotes puntiagudos en todo el cuerpo. La velocidad es la de agua, la del viento qué pasa entre los brotes, su velocidad y dirección cambiante.
Una pequeña anciana va a comenzar a cosechar los campos de arroz, va a entrar por tu rostro y se va a trasladar de un extremo a otro, para eventualmente viajar por todo tu cuerpo, cosechando cada rincón, la velocidad es del paso de la vieja, sus quietudes y sus urgencias. Sus pisadas que se hunden en el agua.
Una rosa de los vientos, le das dirección a las cosas en el mundo, este, oeste, norte, sur. Habita el misterio de las piernas, del atrás, de las profundidades, del cielo.
Un cuervo se posa en tu cabeza, majestuoso, gigantesco.
Te vas llenando como un jarrón chino. El campo de arroz, los brotes afilados, la velocidad y profundidad del agua, la velocidad cambiante del viento; la vieja y su cosecha, el misterio que sostienes entre las manos, esos pequeños objetos, la rosa de los vientos y el cuervo en la cabeza.
El cuervo va a comenzar a picotearte la cabeza, va a intentar hacer un orificio en el cráneo, lo conseguirá; por ese orificio te comenzará a comer los sesos, a succionar el cerebro.
El cuervo majestuoso, elegante sacia su hambre; satisfecho se aquieta. Orondo, lleno, inamovible con una velocidad del orgasmo o de la muerte.