Olvidar el límite o un aspecto de la serendipia

Adriana Camarena


Los hallazgos desde el cuerpo pueden ser más precisos que aquellos dirigidos únicamente por la mente. Todos los días recorremos kilómetros con nuestros pies que, aún calzados, reconocen el terreno, sus accidentes, sus sutilezas. Y así, cada extremidad alcanza y registra fragmentos del contexto, del tiempo y el espacio, se lleva un trozo y lo guarda en algún rincón de la mente o del corazón. Lo ingenioso de este sistema es lo que hace el cuerpo con ellos más tarde: los mezcla, los sobrepone, los desordena o los pone a dialogar con otros que hacía décadas no encontraban con qué conversar. Esto dispara otros efectos: emociones, recuerdos, sensaciones; algunas recurrentes, otras que creíamos perdidas u olvidadas, pero en realidad solo estaban dormidas. Nos gustan tanto que no queremos dejarlas escapar y las guardamos de nuevo, saturando nuestros sentidos y dejándole un peso al cuerpo que no le corresponde impidiéndole poco a poco el paso ligero que le permita abrazar lo que ocurre en el presente.
  El cuerpo tiene su propia forma de encontrar respuestas a preguntas que nadie formuló pero que apenas aparecen, concentran toda nuestra atención. Estas respuestas son a veces violentas, a veces sutiles, o incluso imperceptibles. Pero siempre rebasan las capacidades del lenguaje hablado o escrito, lo superan en profundidad y en posibilidad de ser descifrados por otros: el cuerpo tiene la elocuencia que no permite la palabra en lo cotidiano.
  David Le Breton en el Elogio del caminar dice que andar reduce la inmensidad del mundo a las proporciones del cuerpo, caminar da la sensación de poder atrapar el mundo que se escapa desde el límite físico, pero que el movimiento permite ir sumando, guardando e imaginando. Caminar no solo desplaza, también hace uso del aliento, de la fatiga, además despierta e implica una voluntad y la valentía de enfrentar la incertidumbre.
  Poner el cuerpo en movimiento implica extender los confines, primero los físicos y luego los sensoriales, los temporales, los espaciales. Y es aquí donde las formas se alteran, pierden sus límites y trascendemos sus definiciones para abrirle paso a la posibilidad de la serendipia, este fenómeno inexplicable donde el hallazgo ocurre gracias al accidente de haber olvidado a la mente en un rincón y permitir que lo que no se busca, aparezca.
  Cuando el cuerpo retorna a ser contenedor perfecto susceptible de percibir todo lo que ocurre en el contexto y de no quedarse con eso dentro, permite ser atravesado, estremecido, acariciado, sostenido por el entorno y así resuelve sus inquietudes, sus accidentes, sus descuidos; pero también emite discursos nuevos, dialoga con su límite y con lo otro para ser un instrumento capaz de replicar y resonar en su tiempo y espacio.


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